miércoles, marzo 09, 2011

Evaluar o no evaluar, vivr, morir, descartar. From lost to the river.

Evaluar. evaluar, evaluar.

Hay muchas cosas de la profesión docente que me gustan. Hay cosas de la profesión docente que me gustaban como alumno. Hay otras cosas que no me gustaban. Y hay otras cosas que no me gustan ahora.

La evaluación es una de ellas.

La evaluación es una de las cosas que más temía cuando era estudiante, porque sabía que mis padres no son de dar palmaditas en la espalda y comprarte la moto con tres suspensos. Incluso en la carrera, no solía dormir bien hasta haber visto los resultados de todas las asignaturas.

Lo pasaba mal. Porque me esforzaba bastante estudiando, haciendo ejercicios y trabajos, y además tenía que trabajar de mayo a octubre. Por fortuna, ese esfuerzo se veía recompensado la mayoría de las veces con una calificación que satisfacía a mis progenitores. El Heavy Metal me salía por las orejas durante todo el tiempo restante (nunca he podido estudiar con música, así que no la escuchaba hasta que acababa).

Ahora la cosa es un pelín diferente.

Puede que sea porque el que evalúo soy yo (aunque por poco tiempo, forastero/a). O porque veo el trabajo y el proceso mental que (para algunos de nosotros) implica emitir un juicio de valor sobre una persona. Un juicio que se basa en su nivel de conocimientos, pero también en su capacidad de esfuerzo y de comprensión y aceptación de las normas establecidas. Tengo sesiones de evaluación esta semana y, al contrario que hace dos años, cuando publiqué en este blog la entrada "Los profesores no lloran", no estoy excesivamente enfadado con mis Primeros de ESO.

Esto puede deberse a varios factores, en mi modesta opinión.

En primer lugar, la excelente labor de Juana Godoy Aguilera, Orientadora de un instituto en la conflictiva barriada de La Palmilla, cuyas palabras han sido inspiración y pliego de descargo (completamente legal, Ministra Sinde) en innumerables ocasiones. Su fuerza vital me han hecho madurar (creo) como profesor y como persona. GRACIAS.

En segundo lugar, los infinitos y sabios consejos de un tutor que sabe manejar a los alumnos/as y ayudar a los/as profesores/as. Miguel Fernández Agüera, cuya paciencia y reflexión infinitas han conseguido que este humilde servidor superase algunas situaciones peliagudas y que, incluso, aprendiese de ellas. Gracias a él, ya no me altero por los niñatos vagos de la clase, cuya única aspiración es ser el "Cani" más popular del barrio. En lugar de eso, procuro ignorarlos y ponerles directamente un parte (en casos extremos). Y si no, es su vida, que yo ya tengo bastante con la mía.

En tercer lugar, la desastrosa labor del polo opuesto a Don Miguel Fernández, el excelentísimo señor F.J. G., práctico presente y funcionario futuro, cuyo apoyo absoluto a los alumnos/as ha provocado que esos/as alumnos/as hayan perdido el poco respeto que ya tenían hacia vuestro seguro servidor. Hay que saber aprender tanto de las buenas como de las malas experiencias (o eso dicen).

Y eso creo que he hecho.

En cuarto lugar, creo que parte de la estupidez general en la que flotan mis neuronas se ha enquistado, y parece que razono con cierta lucidez propia de una persona de mi edad. Puede ser una gripe pasajera, o una infección crónica. Sea lo que sea, creo que debo aprovechar la situación para intentar parecer un adulto, aunque siga teniendo la líbido de un adolescente de quince años.

En quinto (y creo que último) lugar, el mayor varapalo sentimental que puede recibir una persona, sea hombre o mujer, por parte de su pareja, sea hombre o mujer. Un abandono. Una sustitución. Una trampa. Una desconexión del sistema circulatorio que tardará mucho tiempo en ponerse en marcha, si alguna vez lo hace. Quizá no sea tan maduro como ella cree que es (o necesita creer que es), pero tampoco creo ser tan infantil como ella me acusa de ser. De cualquier manera, no creo estar hecho para vivir en pareja, puesto que mi afán y modo de vida autodestructivos son un gran impedimento para cualquier mujer con ciertas aspiraciones de futuro.

Después de todo este rollo, me toca llegar a alguna conclusión. Al menos eso es lo que se espera de un texto coherente. Y de una persona coherente.

Creo que la mejor conclusión a la que se puede llegar en la situación en la que se encuentra una persona como la que humildemente escribe no puede ser otra que la siguiente...

THE END.

Y fundido en negro.

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